sábado, 31 de diciembre de 2005

Doce uvas

Querida Mara:

Cerramos un libro de final irregular para abrir otro con la ávida esperanza de que sus páginas nos conduzcan a un brillante epílogo que colme nuestros deseos de felicidad. Aparcamos en el cesto de la ropa vieja este 2005 que agoniza con el ánimo de estrenar el maravilloso traje de 2006.

Cuando el reloj de la Puerta del Sol, el único mágico que nos queda, marque esta noche las doce, descubrirás una de esas tradiciones, más bien manías, de nuestro país… devorar hasta atragantarnos doce uvas como símbolo de buen presagio. Superstición inofensiva que, como mínimo, provoca carcajadas viendo el atragantamiento ajeno.

Las uvas como mejor están, créeme, es embotelladas o en barrica de roble

No puedo decirte si se nos caerá el cielo encima si rompemos la cadena, porque nunca me he atrevido a tentar la suerte. Supongo que los lactantes aún no compartís esta costumbre. En vez de doce uvas, te propongo doce tomas… aunque quizá tu madre no comparta la sugerencia. En todo caso, no te preocupes, supongo que te llegarán, con un poco retraso, en esa maravillosa transformación digestiva que te alimenta directamente del pecho materno. No obstante, créeme, las uvas como mejor están es embotelladas o en barrica de roble.

Año quijotesco

En este 31 de diciembre, justo es repasar un año quijotesco que, como todos, ha sido movidito… en nuestra pequeña intrahistoria de andar por casa, obviamente, el notición ha sido tu llegada. No te habrás dado cuenta, pero has cambiado muchas vidas y, como ya te comenté en otra carta, has convertido este mundillo en un lugar mejor.

Por lo demás, como siempre. Arrancábamos la primera hoja del calendario aturdidos por conmoción del tsunami y tachamos la última convirtiéndolo en conmemoración. Sin más… pronto olvidamos.

También empezábamos a vueltas con el Plan Ibarretxe y terminamos con la negociación del estatut catalán entre el bostezo general. Quizá esta sea una señal de que, de una vez por todas, deberíamos sentarnos para acordar en qué casa queremos vivir. Sin goteras ni derramas.

Las parejas homosexuales por fin pueden casarse. Enhorabuena. Cada uno que elija libremente su condena

Ya irás viendo todo lo que puede suceder en un añito: Un nuevo Papa se sienta en el Vaticano, Bush sigue fastidiando al globo entero, el cambio climático ya no es una fantasía de ecologistas irredentos, petróleo e hipotecas se disparan, el mundo a tortas en cada esquina… un poco lo de todos los años, salvo lo de Ratzinger.

También hemos asistido a novedades positivas, las parejas homosexuales por fin pueden casarse. Enhorabuena y vivan los novios. De corazón. Cada uno que elija libremente su condena.

Deportivamente, para anestesia general, no podemos quejarnos. Alcanzamos el oro en el mundial de balonmano gracias al pilotaje de un entrañable paisano. Gracias, Pastor. Y hemos arrasado en Roland Garros, F1 y motos. Es más, incluso ganamos un Oscar con Amenábar. Todo, sin movernos del sofá.

Se queda tanto en la hemeroteca… Y en el horizonte, un 2006 sin malos humos… En fin, es hora ésta también de buenos propósitos para el próximo año… Como tengo pocos vicios, no pienso renunciar a ellos… pero, por brindar al tópico, prometo que un mes de estos me acercaré al gimnasio para hacer algo más que pagar la cuota. Quizá para invitar a un café a la monitora de aeróbic…

sábado, 24 de diciembre de 2005

Cuento de Navidad

Querida Mara:

Como las fechas se prestan, acomódate para uno de tus primeros cuentos de Navidad…

Érase una vez, en una mediana ciudad de provincias, un hombre de edad tan mediana como su estatura y peso medio. Bautizado y registrado como José Luis, respondía al nombre de Pepe. Simplificando bastante, una palabra podía definirlo, normal. Lo que sociólogos y columnistas llaman un hombre de la calle. Pero Pepe no vivía debajo de un puente, en plena rue, sino en un pisito de 50 metros cuadrados que tenía hipotecados sus sueños hasta varios años después de alcanzar la jubilación.

La mayor parte de su tiempo tampoco lo pasaba en el calor del hogar hipotecado sino ante la pantalla de su ordenador en la intimidad del cubículo que tenía reservado en la oficina. Sobre la mesa, un himalaya de informes pendientes, una caja de clips, una grapadora, dos rotuladores, uno negro y otro rojo para corregir al anterior, y un grillo por teléfono que sólo sonaba para atender quejas, mejoras o sugerencias. Nada de fotos ni recuerdos familiares. La empresa no tolera distracciones.

Así transcurría la normalidad de Pepe con el único paréntesis de las vacaciones en La Manga acompañado de su señora esposa, dos criaturas infernales a las que daba en llamar hijos, un suegro aficionado al julepe y las ucranianas y un periquito mediopensionista.

En esta monotonía standard, envidiada por los compañeros solterones, Pepe tan sólo se permitía una mañana para recuperar sueños pasados. El 22 de diciembre deslizaba sutilmente en su oreja izquierda un diminuto casco conectado a una pequeña radio japonesa convertida en su ventana a la ilusión. De fondo, la letanía hipnótica del cantar de los niños de San Ildefonso.

Mientras escuchaba caer las bolas, Pepe imaginaba su nueva vida, acariciando el décimo de sus entretelas, que había comprado sisando las vueltas de la compra semanal… El Gordo estaba cerca… lo primero, descorchar un benjamín delante del jefe. Después, opinar sobre su persona y parientes hasta remontarse hasta Atapuerca. Su Ferrari le esperaría a la puerta de su ya antiguo trabajo. Rojo, sensual… un imán para las mujeres… El pisito se transformaría, sin necesidad de hadas madrinas, en la mansión de los Beckham… ¿Qué clase de té tomaría Victoria?

Implante de pelo, vacaciones en Tahití, días relajados tomando el sol y bebiendo piña colada o lo que se beba en Tahití… la parienta y los críos, a Hawai…

¡¡Cuidado!!, pensó poniendo los pies en la tierra. Los millones no darán para tanto y con ese despilfarro pronto se agotarán. Lo mejor será consultar a un buen gestor. Meter parte a un plazo fijo, invertir en bolsa, sólo valores seguros, tapar alguna deuda… Ayudar a los parientes con menos fortuna…

Ya se los imaginaba golpeando como zombis hambrientos las puertas de la mansión. Aparecerían familiares hasta debajo de las piedras para chuparle la cuenta corriente… quizá su esposa cambiase el carácter al rodearse de Victoria Adams y Ana Obregón… el Ferrari, además, consume mucha gasolina… en menos de un año sin un euro.

Tendría que volver a rastras ante su jefe… argumentar demencia transitoria… el sudor se agolpaba sobre el nudo de la corbata… Aunque ya no había motivo de preocupación. El Gordo se había ido a Vic. ¡Menos mal!, respiró aliviado… Había aprendido la lección. Sabría administrar sus dineros… así que corrió rápido a invertir el dinero en el próximo sorteo de El Niño… y así, Mara, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

sábado, 17 de diciembre de 2005

Menos humos

Querida Mara:

Mañana cumples un mes en este mundo de locos. Justo un mes. 30 días. 720 horas… 43.200 minutos… 2.592.000 segundos … y nos ahorramos los detalles en milésimas… Manía empirista ésta que, tras los datos objetivos, muchas veces no nos deja ver el bosque de la vida, de lo importante.

Un mes resulta insignificante para el devenir de este planeta con tantos millones de años rodando por el Universo. Sin embargo, para las hormiguitas que lo habitamos es mucho. Aún más para ti, aunque apenas seas consciente de los cambios. En este tiempo, ya ves, has pasado del letargo constante a la absoluta curiosidad por todo cuanto te rodea aunque sea en forma de colores y bultos.

Cuando crezcas, descubrirás que sólo en un mes llegarás a enamorarte, desenamorarte y volver a enamorarte… que una simple mirada en la biblioteca, apenas centésimas de segundo, acelerará tu ritmo cardiaco… una casualidad bastará para cambiar tu destino… conocerás nuevas ciudades y literaturas o, simplemente, te engancharás a la última serie de TV. Eso sí, también te será revelado que un mes no basta para que te instalen el ADSL. Es algo inversamente proporcional. Cuanta mayor velocidad alcanza el ancho de banda, más tarda la instalación.

Fíjate cómo pasa el tiempo. Cuando cumplas tu segundo mes… habrá menos malos humos en este país, estatuts aparte. Esta semana el Congreso ha aprobado la conocida ley antitabaco, que entrará en vigor a principios de enero. No te habrás enterado porque estás a tus cosas, tus tomas, tus siestas, tus gases…

Pues, oye, una norma tan lógica ha dividido el país en dos. Ya verás. Media España siempre opina lo contrario de lo que piense la otra mitad. El fumeque está tan instalado en nuestras costumbres que lo más normal, como defender el derecho a que no alguien te eche el humo en la cara, llega a compararse con el aparheit.

Siempre pregunto si molesta, alegaba el otro día un encuestado en las noticias. Bien, eso servirá también de excusa a quien le apetezca echarme un escupitajo o cualquier otra clase de esputo. Le estaré eternamente agradecido por su cortesía protocolaria.

La norma no ha de perseguir los vicios de cada cual, por nocivos que sean para sí mismo. Esto abriría la espita de un debate mayor que no toca en tan poco tiempo, pero sí debe garantizar la misma libertad de quienes ignoramos el placer de la inhalación compulsiva del monóxido de carbono ajeno. Manías, ya sabes.

Será un placer saborear un café sin que el regusto amargo del tabaco se confunda con el azúcar moreno o que los ojos no se agrieten enrojecidos por ese humillo noctámbulo. Por no hablar de las cafeterías vetadas a embarazadas y bebés en las que, sin el más mínimo pudor, se enciende esa bomba de nicotina y cáncer. ¿Acaso eso no es discriminación?

También serán muchas las novias que agradecerán que, cuando rememoren el día de su boda contemplando el carísimo vestido, el único recuerdo que les llegue sea el tufo del puro del cuñado. Y, ya que el trabajar perjudica seriamente la salud, al menos que nos deje los pulmones tranquilos el vecino de la mesa de al lado.

Cambiar costumbres tan atávicas es complicado, pero quizá, Mara, cuando crezcas lo anormal no será respirar un aire un poco más puro. Y, por las bodas, no te preocupes, que siempre nos quedará Paquito el chocolatero.

sábado, 10 de diciembre de 2005

Fichada

Querida Mara:

Ya estás fichada. Enhorabuena. No. No se preocupen. No nos hallamos ante un pequeño delincuente de apenas un mes de vida. El Torete y El Vaquilla pueden estar tranquilos. Sus récords están a salvo.

Quien dice fichada, dice con papeles. Regularizada, vamos. Como los demás. Sus datos ya figuran en el pertinente registro, en el correspondiente libro de familia… archivada para siempre en los armarios burocráticos de la trinidad administrativa: estado, comunidad autónoma y municipio.

Tan diminuta y ya fichada. Exagerando, algún burócrata confesional, incluso se atreverá a afirmar que ya eres persona. Ni partos ni bautizos. La personalidad la marca el registro civil.

Así, Mara, has comenzado una carrera sin fin por la senda de los trámites y los censos. No es lo peor. Después de las administraciones llegará el colegio, la universidad… pequeños pasitos que naturalmente te conducirán a otros mayores. Tu primera visita al dentista, tu primera tarjeta de débito o crédito, según la generosidad paterna, tu primera cuenta gratuita de correo electrónico… con el paso del tiempo, sin comerlo ni beberlo, acabarás engrosando una lista interminable de bases de datos que contendrán tu biografía completa.

Imposible escapar a la jaula de oro que nos garantiza seguridad y bienestar en el consumo. En un sintético vistazo a las conquistas sociales, pasamos del súbdito de la monarquía absoluta al ciudadano de la monarquía parlamentaria hasta alcanzar la categoría de consumidor para, después de todo, acabar en vulgares bits de una base de datos.

En eso hemos acabado convertidos. Nos creemos anónimos en la masa y, sin embargo, basta pulsar un botón para que ese gran hermano que ha acabado haciéndose carne sepa nuestro número de caries o la cantidad de colesterol que nos embutimos el otro día simplemente echando un vistazo a la visa.

Así es el mundo al que has llegado, Mara, y me temo que va a más. Un planeta paranoico en el que primero se dispara y luego se pregunta. Ahora en los aeropuertos se acribilla a los enfermos bipolares y en el metro te dejan clavado en el asiento de un tiro en la cabeza por tu seguridad y la de todos.

Pues este es el mundo de primera clase, el que celebra, hoy mismo, 10 de diciembre, el nosécuantos aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Más bien deberíamos llorar su defunción cuando la primera potencia, la de la estatua de la libertad hasta en la sopa, parece haberse convertido en tour operador de vuelos de la tortura. Su lema, recurriendo a los Celtas Cortos, bien podría ser ¡Haz turismo invadiendo un país!

Ya ves aquí asustándote con el coco del gran hermano. El de la Milá, no. El otro, el de Welles y miles de personas dejándose el pellejo a tiras en la valla espinada de Melilla con tal de llevar un papelajo en el bolsillo que les acredite como personas. Y, mientras, otros, que no sabemos lo que tenemos, con el carné caducado tres años en la cartera.

Ese cartón plastificado nos sitúa, querida Mara, en un lado u otro del precipicio. Marca la diferencia entre morirse de hambre o de obesidad. Un besito y, ojala, mis cartas no te den pesadillas, que luego me riñen. Perdona el bajón, pero los cumpleaños me ponen así.

sábado, 3 de diciembre de 2005

La primera carta

Querida Mara:

Hace dos semanas que estás entre nosotros y, debo confesártelo, me tienes despistado. El color de tus ojos anda pendiente de definición y me tienes igual de confuso que los canales nuevos de la Televisión Digital Terrestre que nos acaba de caer sobre las antenas. Dicen que el gris azulado de tu mirada es de lactante. Y me pregunto yo, ¿es que la leche materna se concentra en el iris y no en el estómago?

Por otra parte, me han comentado también que, aunque observes atentamente todo cuanto te rodea, como mucho ves formas borrosas con menos resolución que el Plus codificado. Hasta los tres meses, nada. Van y lo sueltan tan tranquilos. Qué quieres que te diga, Mara, a mí ese dato me agobia y comprendería que tu desasosiego no se debiera tanto a los gases de las digestiones como a que aún andas preguntándote dónde demonios estás y de dónde vienen esas voces.

Por lo menos no tienes que aguantar el encendido de luces navideñas casi un mes antes. A este paso, la estrella de Belén alumbrará a los bañistas en agosto. Imagínate a los Reyes Magos vestidos de vigilantes de la playa. En vez de mirra, flotadores.

Que, por cierto, también recomiendan que te hablemos como a una persona adulta y nos olvidemos del 'gugutata' y poner vocecitas de duende. Vale, quedan aparcadas. Pero me niego a amargarte la infancia hablándote de acciones, burbujas inmobiliarias o el Estatut. Eso lo dejo para los Hermanos Grimm.

Como ves, no cesas de darme lecciones. Tendría que ser al revés pero, no. Entre todo lo que estoy aprendiendo de ti en estos primeros días, algo que dice tu madre se me ha quedado grabado. Estamos conociéndonos. ¿Puede haber algo más emocionante?

Ése es un privilegio del que los siglos de machismo nos han privado a los hombres. Ahora, el ministro de Trabajo, Caldera, promete dar una semana para que los padres puedan compartir tareas con su pareja y, lo más importante, conocerse a sí mismos y a su bebé. Ya era hora.

Pocos son aún los que se atreven a solicitar los dos meses de baja paterna para compartir experiencias con sus hijos recién nacidos. Entre las muchas causas, la más preocupante es el prejuicio que estos padres sufren en sus carnes.

Algunas empresas aún miran con recelo a sus trabajadoras por temor a la maternidad y el descenso de productividad. Lo mismo ocurre cuando un varón decide disfrutar de ese derecho. Las consecuencias, aún cotidianas, son malas caras y la marginación por esnobs. Incluso se da la paradoja de que compañías que dan pagas extras a sus empleados por casarse y formar una familia, acaban despidiéndoles si él solicita el permiso de paternidad. Familia, sí, pero el hombre llevando el sueldo y la mujer en la cocina.

Triste, pero cierto. Así que muchos renuncian a un momento tan mágico en la vida por miedo a verse en la cola del paro con el cochecito del bebé. Tiene razón una amiga, cuya voz te será muy familiar. La mejor manera de acabar equiparando ambos sexos es la obligatoriedad de la baja para ambos. Así quizá, Mara, acabemos entendiendo por qué nos decís que aún queda mucho trecho para que hombres y mujeres seamos iguales. Cuando sintamos el miedo al despido por algo tan natural.

Ojala cuando te llegue el momento, dentro de muchos años dice tu papi, esto te parezcan batallitas del abuelo tan lejanos como las cuevas de Atapuerca. Mientras tanto, disfruta de esas siestas eternas que son la envidia de un servidor.